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domingo, 6 de enero de 2013

¡Cosas de primas!


Un Día en Londres J


Hace pocos días durante estas navidades, estábamos mi prima Irene de 9 años y yo algo aburridas. Ya habíamos visto la tele un rato, jugado con la Wii y contado historietas de primas, cuando de repente se me ocurrió una idea que hacer con ella. En realidad cuando pensé en ello, sabía que con su edad solo Irene iba a ser capaz de hacerlo tan rápido y original.

Es por ello, que en ese momento  cogimos un par de revistas actuales, tijeras y pegamento y nos dispusimos a comenzar. Fue entonces cuando la propuse hacer un cómic con personajes de las revistas. Ella sola tendría que crear la historia y sus correspondientes diálogos, mientras yo, observaría si el tiempo que en mi mente tendría programado cumpliría el que yo había previsto.

Este fue el resultado:



Las protagonistas éramos nosotras dos en la gran ciudad de Londres. Describe brevemente dos amigas que hacen planes juntas, van de compras, ríen, charlan, etc…

Irene seleccionó las imágenes, recortó, coloreó los fondos de los folios y escribió el cómic en tan solo cuatro horas. Me impresionó la creatividad y la agilidad que tuvo esta niña de segundo ciclo. Me resultó apropiado hacer esta actividad juntas, porque pude comprobar lo que se tarda aproximadamente en llevarla a cabo. Es una actividad que está relacionada con los bloques que hemos trabajado de creación de textos literarios o experimentar los distintos tipos de formato libro que pueden crear con facilitar los alumnos.

En este caso, nosotras no teníamos material suficiente, por lo que decidimos utilizar el modo básico. Sin embargo, uniendo todas las viñetas del cómic nos encantó su resultado final.

Asimismo esta actividad puede ser perfectamente planteada de forma individual como en este ejemplo, como por grupos. He considerado que seleccionando un tema diferente, acorde la unidad didáctica que estén trabajando, podría ser un cierre perfecto que les motivase y sirviese de repaso de la lección dada. En mi opinión, si se trabajase de forma grupal, podríamos contar con una clase de una hora, además de exponer su trabajo oralmente practicando su capacidad de expresión.

Por último diré que me lo he pasado increíble viendo como mi prima entusiasmada por la actividad se divirtió toda aquella tarde, compartiendo aquello a lo que yo me dedicaré en un futuro. Además de ver en sus ojos como lo hacía con todo su cariño, al saber que con ello haría una nueva entrada en mi blog.










domingo, 30 de diciembre de 2012

¿Aún no lo has leído? ¡Corre, corre! ¡Estás a tiempo!


Este breve relato me gustaría incluirlo en mi blog, porque es un claro ejemplo, de un autor, que es capaz de meterse completamente en la historia que está leyendo. Cuando lo leas, por muy breve que sea, hay momentos que no sabes si estás dentro o fuera de la trama.
Me ha gustado leerlo porque es lo que un día me emocionaría escuchar de la voz de un alumno. Ser capaz de recomendarle un libro y que me diga que no podía parar de leerlo. Este es el interés que me propongo conseguir en mis alumnos. Este es mi objetivo. Nuestro deber frente a la lectura en el aula.


Continuidad de los parques  [Cuento. Texto completo]  Julio Cortázar
Había empezado a leer la novela unos días antes. La abandonó por negocios urgentes, volvió a abrirla cuando regresaba en tren a la finca; se dejaba interesar lentamente por la trama, por el dibujo de los personajes. Esa tarde, después de escribir una carta a su apoderado y discutir con el mayordomo una cuestión de aparcerías, volvió al libro en la tranquilidad del estudio que miraba hacia el parque de los robles. Arrellanado en su sillón favorito, de espaldas a la puerta que lo hubiera molestado como una irritante posibilidad de intrusiones, dejó que su mano izquierda acariciara una y otra vez el terciopelo verde y se puso a leer los últimos capítulos. Su memoria retenía sin esfuerzo los nombres y las imágenes de los protagonistas; la ilusión novelesca lo ganó casi en seguida. Gozaba del placer casi perverso de irse desgajando línea a línea de lo que lo rodeaba, y sentir a la vez que su cabeza descansaba cómodamente en el terciopelo del alto respaldo, que los cigarrillos seguían al alcance de la mano, que más allá de los ventanales danzaba el aire del atardecer bajo los robles. Palabra a palabra, absorbido por la sórdida disyuntiva de los héroes, dejándose ir hacia las imágenes que se concertaban y adquirían color y movimiento, fue testigo del último encuentro en la cabaña del monte. Primero entraba la mujer, recelosa; ahora llegaba el amante, lastimada la cara por el chicotazo de una rama. Admirablemente restañaba ella la sangre con sus besos, pero él rechazaba las caricias, no había venido para repetir las ceremonias de una pasión secreta, protegida por un mundo de hojas secas y senderos furtivos. El puñal se entibiaba contra su pecho, y debajo latía la libertad agazapada. Un diálogo anhelante corría por las páginas como un arroyo de serpientes, y se sentía que todo estaba decidido desde siempre. Hasta esas caricias que enredaban el cuerpo del amante como queriendo retenerlo y disuadirlo, dibujaban abominablemente la figura de otro cuerpo que era necesario destruir. Nada había sido olvidado: coartadas, azares, posibles errores. A partir de esa hora cada instante tenía su empleo minuciosamente atribuido. El doble repaso despiadado se interrumpía apenas para que una mano acariciara una mejilla. Empezaba a anochecer.

Sin mirarse ya, atados rígidamente a la tarea que los esperaba, se separaron en la puerta de la cabaña. Ella debía seguir por la senda que iba al norte. Desde la senda opuesta él se volvió un instante para verla correr con el pelo suelto. Corrió a su vez, parapetándose en los árboles y los setos, hasta distinguir en la bruma malva del crepúsculo la alameda que llevaba a la casa. Los perros no debían ladrar, y no ladraron. El mayordomo no estaría a esa hora, y no estaba. Subió los tres peldaños del porche y entró. Desde la sangre galopando en sus oídos le llegaban las palabras de la mujer: primero una sala azul, después una galería, una escalera alfombrada. En lo alto, dos puertas. Nadie en la primera habitación, nadie en la segunda. La puerta del salón, y entonces el puñal en la mano, la luz de los ventanales, el alto respaldo de un sillón de terciopelo verde, la cabeza del hombre en el sillón leyendo una novela.