Erase una vez un niño que soñaba con ser de mayor un
gran explorador. Sus papás, siempre le decían que tuviera cuidado por donde
jugaba, pues podía perderse si se alejaba mucho y una gran tormenta de nieve le
atrapaba.
La familia vivía en un pueblito al norte de las
montañas. Durante el invierno nevaba mucho y era peligroso.
Aquel frío invierno fue muy largo y aburrido. El
pequeño Jaimito no paraba de soñar con la llegada de la primavera. Quería jugar
a ser un valiente explorador y vivir miles de aventuras.
Un día, sus papás se habían marchado al pueblo vecino.
Necesitaban comprar mucha comida por si la nieve cubría su casa durante varios
días. Mientras tanto, Jaimito veía caer los copos tras la ventana de su
habitación.
De repente, Jaimito escuchó un ruido en la cocina, y
recordó que sus padres acababan de salir y no estaban en casa. Se asustó mucho,
y corriendo cogió el teléfono y llamó a sus papás. Su mamá le ordenó que huyera
de allí lo más rápido que pudiera.
Jaimito bajó por la puerta de atrás de su casa, cogió su gorro y su chaleco de explorador,
metió en la mochila una linterna y unos prismáticos para poder ver mejor el
camino, y se adentró al bosque.
Con el susto y ganas de escapar de su hogar, olvidó
cerrar la puerta de casa. Pasadas las horas Jaimito se encontraba muy lejos del
pueblo, rodeado de montañas y gigantescos árboles.
A Jaimito no le asustaba nada el bosque, pues había
soñado miles de veces con que algún día le sucediera algo como esto, pero se
dio cuenta que aquello eran sueños y que ahora estaba solo en una aventura que
estaba a punto de comenzar.
Sabía que no podía volver a su casa, pues sus padres
se lo habían prohibido y era muy peligroso.
La oscuridad de la noche estaba comenzando a
aparecer, y llegaba la hora de cenar. Jaimito tenía miedo. Llevaba horas
andando y no sabía dónde ir.
De pronto, Jaimito recordó que en su mochila tenía
una linterna. La encendió y continuó su camino. Ya no sabía qué hacer, asique
pensó que lo mejor era buscar un sitio refugiado para dormir. Detrás de unas
rocas, paró a descansar. Cuando se dio cuenta, estaba profundamente dormido.
***
A la mañana siguiente sintió unos palos que le
tocaban y escuchó unas voces. Eran una niña y un cervatillo. Jaimito se despertó
asustado pensando que todo había sido una horrible pesadilla.
Cuando abrió los ojos y les vio ahí parados, intentó
disimular, y les preguntó cómo se llamaban.
-
Yo me llamo Julia
y mi amiguito, el ciervo, se llama Marcelino. ¿Y tú cómo te llamas? ¿Qué haces
aquí tan solito?
Jaimito la respondió:
- Yo me llamo Jaimito el explorador y estoy solito,
porque me he ido en busca de aventuras.
Julia, la niña, sospechó que mentía, pero no le dijo
nada.
Pasó un ratito, y Julia escuchó un ruido muy raro…
-
¿Qué ha sido eso,
Jaimito?
Jaimito se echó a reír y la contestó:
- Son mis tripas, que tengo mucho hambre. Llevo sin
comer desde ayer.
Julia sin dudarlo dos veces, le dijo que la siguiera,
que le daría algo de comer en su casa.
Cuando llegaron a su casa a Jaimito le gustó
muchísimo, pues era una pequeña casita de madera, en medio del bosque. Julia le
preparó una sopita caliente y Marcelino, el ciervo de Julia, dijo:
- ¿Y yo? Yo también quiero comer Julia. Asique Julia
puso tres platitos de sopa sobre la mesa de la cocina.
Pasaron los días, y los tres se hicieron grandes
amigos, Jaimito a cambio de vivir con Marcelino y Julia, buscaba con su
linterna y sus prismáticos frutas y animales del bosque para comer. Los tres
vivían muy felices juntos. Jaimito enseñaba a Julia a buscar alimentos y a ser
una buena exploradora y Julia le llevaba a miles de rincones y escondites
secretos que conocía de aquel bosque.
***
Pasó el tiempo y Jaimito cumplió 16 años. Julia le
regaló una tienda de campaña y Marcelino unas flores que había recogido del
bosque. A la mañana siguiente, Jaimito le dijo a Julia que se iban de excursión
al campo, que quería ver un bonito paisaje en lo alto de una montaña y que
pasarían todo el día y la noche fuera de la casita. Julia muy contenta, preparó
la comida para los dos y empezaron a subir la montaña.
Por el camino, se iban parando a mirar todos los
bichos raros y preciosas flores que les rodeaban. Cuando por fin, llegaron a lo
alto de una gran montaña. Jaimito vio una pequeña cueva que le gustó mucho.
Allí montaron la tienda de campaña y comieron su cena calentita.
Julia, que nunca había ido de excursión, estaba muy
cansada y se durmió enseguida. Sin embargo, Jaimito no conseguía dormir. De
repente, vio entre las sombras algo que se movía, parecía un oso queriendo
entrar en su cueva. Despertó corriendo a Julia y los dos niños corrieron y
corrieron para escapar de aquel oso que acababa de asustarles.
De pronto Jaimito gritó:
- ¡Socorro, socorro!
Julia se dio cuenta de que Jaimito se había quedado
atrás y que necesitaba ayuda. Estaba muy nerviosa, se acercó al lugar de los
gritos y vio a Jaimito atrapado en un agujero muy profundo. Él lloraba de
dolor, se había roto una pierna y no podía moverse.
Julia fue a buscar ayuda, regresó a su casa y cogió
medicinas y una cuerda que Jaimito guardaba entre sus cosas. Tendría que ser
aquella exploradora que Jaimito la enseñó a ser.
Cuando volvió donde estaba Jaimito, Julia tuvo una
gran idea. Como ella no tenía fuerza para sacar a Jaimito de aquel lugar, ató
la cuerda a un árbol y entre el ciervo Marcelino y ella consiguieron sacarle de
allí.
-
¿Jaimito estás
bien? ¿Te duele mucho?- dijo Julia
-
No te preocupes
pronto te llevaremos a casa y estarás a salvo. Ha sido un buen susto, pero yo
te curaré esa pierna.
Cuando llegaron a casa y pasaron varias semanas
Jaimito seguía muy malito, ya se le había curado la pierna, pero seguía
enfermo.
Julia estaba muy triste y tenía mucho miedo de que
Jaimito no se recuperase. Debió coger frío, pensó ella.
Un día, llamaron a la puerta de su casita de madera.
Era una señora muy mayor. Julia reconoció aquella cara, y le dio un abrazo muy
fuerte.
-
¡Abuelita!
¡Abuelita! ¡Eres tú, por fin has venido!
-
Si pequeña, se
que necesitas mi ayuda. Y he venido para cuidaros.
La abuelita de Julia, saco de su bolsa unas plantas
curativas y mágicas y dijo:
-
“ Con un poquito
de amor, una gotita de lluvia y un rayito de sol, tu amigo Jaimito no tendrá
más dolor”
Tras decir estas palabras y añadir las plantas
mágicas, la abuelita le dio a Jaimito la poción. Él se la bebió, y enseguida
mejoró.
La abuelita decidió quedarse un tiempo con ellos a
vivir en la casita. Pero al cabo de los años los niños crecieron más y más.
Eran grandes amigos y juntos estaban muy felices. Marcelino, Julia, Jaimito y
la abuelita eran una gran familia.
Un buen día, la abuelita se marcho dejándoles una
notita, que decía:
“Queridos pequeños, ya os estáis haciendo muy mayores
y debo dejaros solos, porque ya sabéis cuidar bien de la casita y de Marcelino.
Os deseo mucha suerte. Muchos besitos de vuestra abuelita.”
Jaimito y Julia se miraron y se dieron cuenta de que
estaban enamorados. Pasados los meses se casaron, vivieron felices y comieron
perdices…
Y colorín colorado, este cuento se ha acabado :)
:D Me lo he pasado muy bien leyendo este cuento al estilo de los folclóricos. Está realmente bien. Echo en falta un personaje mágico, aunque estoy convencida de que la abuela es un hada (aparece, como ellas, en los momentos en que más se las necesita y desaparece para dejar que los protagonistas vivan sus propias vidas). Lo único que te ha quedado un poco más flojo es que los niños, ya con 16 años, siguen hablando como cuando eran pequeños y, sobre todo ¡¡¡el nombre de Jaimito!!! No puedo evitarlo... me suena a chiste XD
ResponderEliminarTe anoto la actividad como voluntaria :)